martes, 18 de febrero de 2014

CUENTO: La casa del diablo

TRABAJO DE LECTURA


Dar respuesta a las siguientes preguntas teniendo en cuenta la lectura del cuento:

1- ¿Cuáles son los personajes del cuento?
2- ¿Qué significado tiene la palabra "gótico"?
3- ¿Qué le sucedió a Luciano?
4- Describe cada uno de los personajes de la lectura (según como te los imagines)
5- Describe la casa del diablo


LA CASA DEL DIABLO
lectura tomada de:
cuentosdeterrorcortos.blogspot.com

Luciano iba mirando el paisaje por la ventanilla de la camioneta. Ya estaban cerca del poblado y empezaron a pasar frente a las primeras casas. Una de las viviendas llamó la atención de Luciano. Era muy grande, de un estilo aparentemente gótico, aunque no parecía tan vieja, pero sí lucía muy descuidada, y todo indicaba que nadie la habitaba.

- ¿Y esa casa? -le preguntó Luciano a su tía; ella estaba a su lado, en el asiento de atrás. Quien conducía la camioneta era su tío.
- Esa casa, es la que aquí todos conocen como “la casa del Diablo” -le contestó la tía, y se santiguó, casi como un acto reflejo.
- ¿La casa del Diablo? ¿Por qué? -preguntó ahora Luciano, enderezándose hacia ella. El tío los miraba por el retrovisor y sonreía.
- Según escuché, la familia que vivía ahí (de esto hace mucho) practicaba rituales satánicos. Ahora la gente rumorea que está embrujada, o poseída, diría yo, y… dicen que cada tanto, cuando por las noches hay mucha “actividad” en la casa y se sienten ruidos, algunos vecinos le hacen una ofrenda (van de día, por supuesto, al atardecer a más tardar) y los ruidos paran por varias noches.
- Luciano, no dejes que tu tía te llene la cabeza con esas tonterías -intervino su tío.
- No son tonterías, todos lo dicen. Él fue el que preguntó.
La conversación terminó allí. Entraron al poblado y pronto llegaron a destino. Luciano iba a pasar unas semanas allí.
Como el lugar era muy pequeño enseguida se hizo de un montón de conocidos. Por las tardes iba al arroyo donde se bañaban familias enteras. Así, socializando, fue que consiguió que lo invitaran a un cumpleaños.
El cumpleaños se celebró en una vivienda que estaba bastante apartada del resto. Era noche desde hacía unas horas cuando Luciano volvía a pie por uno de los caminos. Súbitamente tomó conciencia de que iba a cruzar frente a la supuesta casa embrujada.
Como la noche era clara el caserón resaltaba en el paisaje. Unos árboles que estaban en el frente se agitaban moviendo sus sombras por la fachada de la construcción abandonada. Cuando una de las sombras descubrió momentáneamente la puerta del lugar, Luciano se estremeció de golpe, y siguió caminando con pasos rígidos, con ganas de echarse a correr. Al deslizarse la sombra vio una cabeza alargada hacia el frente que tenía cuernos.

Un sonido conocido lo hizo detenerse, y recordó lo que había visto, riendo nerviosamente después. El sonido era un balido de cabra. Volvió sobre sus pasos y miró bien. Era una cabra. El animal se encontraba atado con una cuerda muy corta a la perilla de la puerta.
Entonces recordó el asunto de las ofrendas. Como era un muchacho de mucha conciencia no iba a permitir que aquel pobre animal quedara allí.
El portón de rejas de la propiedad estaba entornado. Entró al patio y pasó al lado de los árboles que se mecían de un lado al otro. La cabra se asustó al verlo, pero tras hablarle calmadamente el animal confió. La desató y la cabra salió corriendo a los balidos. Al mirar al animal escapar, Luciano le dio la espalda a la puerta, y ni bien lo hizo escuchó con terror que esta empezaba a abrirse con un largo rechinido. No tuvo tiempo ni de gritar.
Por la mañana, un tipo de la zona vio a una cabra que andaba en el campo y quedó boquiabierto. Llamó a su esposa, y le dijo mirando al animal, señalándolo con un dedo:

- Esa es la cabra que le ofrecimos a la casa del Diablo, ¿no?
- ¡Por Dios! Es la misma, debe haberse escapado.
- Pero, si se escapó, ¿por qué anoche no hubo alboroto en la casa?

lunes, 3 de febrero de 2014

CUENTO: Historia de fantasmas

TRABAJO DE LECTURA PARA EL GRADO OCTAVO (8°)

LECTURA TOMADA DEL LIBRO
"HISTORIAS CON MISTERIO" de - Akinari Hoffmann Lisle - Adam Chesterton
de la colección "LIBRO AL VIENTO"


Cuento:

HISTORIA DE FANTASMAS

 e.t.a. hoffmann 1776 1822

Traducción de Santiago Restrepo

Cipriano se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación, como hacía cada vez que algo le preocupaba profundamente y necesitaba ordenar sus pensamientos para expresarse. Sus amigos se reían en silencio. En sus miradas se podía ver que pensaban: “¡Qué aventuras nos irá a contar ahora!” Cipriano se sentó e inició su relato: –Como ustedes saben, hace un tiempo, poco antes de la última campaña militar, estuve visitando al coronel Von P. El coronel era una persona despierta y alegre, y su esposa era muy tranquila y de una gran candidez. “Cuando visité al coronel, su hijo estaba en el ejército, así que, además de la pareja, su familia estaba formada por dos hijas y una vieja francesa, quien se desempeñaba como una especie de institutriz, a pesar de que las dos jovencitas ya parecían haber dejado atrás la edad para eso. La mayor de las hijas, Augusta, era muy despierta y tan llena de vida que hasta traviesa era. No carecía de inteligencia, pero así como no podía dejar de dar cinco pasos sin hacer tres piruetas, saltaba incesantemente de una cosa a otra en la conversación y así en todas sus acciones. La vi bordar, leer, pintar, cantar, bailar, todo ello en menos de diez minutos; también la vi llorar por el pobre primo que había muerto en la guerra y, con las amargas lágrimas todavía en los ojos, estallar en una carcajada estruendosa cuando la francesa, sin darse cuenta, dejó caer tabaco encima del pequeño perro, que de inmediato comenzó a ladrar furioso mientras la vieja francesa se lamentaba: “Ah, ¡che fatalità! – ah cariño – ¡poverino!” La francesa acostumbraba hablarle al perro solamente en italiano pues éste había nacido en Padua. Así, la hija menor era la jovencita de cabellos rubios más encantadora que uno pudiera imaginarse y en todos sus caprichos había bondad y gracia, ejerciendo así, sin quererlo, un encanto irresistible. “La hija menor, que se llamaba Adelgunda, ofrecía un raro contraste. En vano busco palabras para describirles el asombro que me causó esta jovencita la primera vez que la vi. Imagínense ustedes la figura más bella y el más hermoso rostro. Pero a la vez, sus mejillas y sus labios estaban cubiertos de una palidez mortal y la niña se movía en silencio, despacio y con pasos medidos, y cuando una palabra a media voz salía de sus labios apenas abiertos y resonaba en el salón, me sentía invadido de estremecimientos fantasmales. Vencí pronto este miedo y cuando esta jovencita ensimismada trataba de hablar desde su interior, tuve que admitir que lo raro, lo fantasmal, sólo estaba en su exterior y no se veía para nada en su interior. En lo poco que la jovencita decía, se podían apreciar una ternura femenina, razonamientos claros y un tempera- mento amigable. No se veían en ella excesos de tensión, aunque la sonrisa llena de dolor y la mirada llorosa hacían sospechar que había algún tipo de enfermedad física que afectaba el ánimo de la tierna niña. “Me pareció muy raro que todos los miembros de la familia, incluida la francesa, parecieran atemorizarse cuando alguien hablaba con la jovencita y trataban de interrumpir la conversación, entrometiéndose a veces de manera muy forzada. Pero aún más raro era que justo a las ocho de la noche, primero la francesa, luego la mamá, la hermana y el padre, le advertían a la jovencita que se retirara a su habitación, tal como se les dice a los niños que deben ir a dormir, para que no se cansara demasiado y pudiera dormir bien. La francesa la acompañaba, de modo que ninguna de ellas podía esperar la comida, que se servía a las nueve. La esposa del coronel, dándose cuenta de mi asombro y para evitar cualquier pregunta, dijo que Adelgunda estaba muy enferma y que a las nueve de la noche siempre tenía ataques de fiebre y que por eso el médico les había aconsejado que a esa hora la dejaran en absoluto reposo. Yo sentía que debía estar ocurriendo algo muy distinto, sin sospechar exactamente de qué se trataba.
“Sólo hasta hoy me vine a enterar de la horrible verdad de lo que sucedió y de las consecuencias que destruyeron de una forma tan horrible a esta pequeña y alegre familia. “Anteriormente Adelgunda era la niña más alegre y jovial que pudiera encontrarse. La familia le celebró su cumpleaños número catorce y fueron invitadas varias de sus amigas. Las jovencitas estaban sentadas en círculo en el pequeño y bonito bosque del jardín del castillo y jugaban y reían sin preocuparse por la oscuridad que aumentaba a medida que caía la noche, pues soplaba la refrescante brisa de julio y apenas estaban comenzando a divertirse. Durante el mágico crepúsculo, las niñas comenzaron a bailar varias danzas en las que representaron elfos y otros duendes. –Oigan –dijo Adelgunda, apenas el pequeño bosque se oscureció por completo–, oigan niñas, ahora voy a aparecer como la mujer de blanco de la que tanto hablaba nuestro difunto jardinero. Pero para eso tienen que venir conmigo hasta donde termina el jardín, allí donde está el viejo muro. “Dicho esto, Adelgunda se envolvió en su chal blanco y corrió veloz a través del sendero. Las demás jovencitas la siguieron bromeando y riendo. “Pero apenas Adelgunda llegó a un arco viejo y casi caído, quedó petrificada: se quedó parada sin poder mover pies ni brazos. Las campanas del reloj del castillo tocaron las nueve:
–¿No ven nada? – gritó Adelgunda con el tono del más hondo terror – ¿No ven nada? ¿No ven la figura que está frente a mí? Oh, Jesús, está estirando la mano hacia mí ¿No la ven? “Las niñas no vieron nada pero todas se asustaron y salieron corriendo horrorizadas, salvo una, la más valiente, que se armó de valor y saltó hasta donde estaba Adelgunda y trató de tomarla en sus brazos. Pero en ese instante Adelgunda cayó como muerta al suelo. Los estruendosos gritos de angustia de las jovencitas hicieron que todos los que estaban en el castillo salieran apresuradamente y entraran a Adelgunda. Finalmente Adelgunda despertó de su desmayó y contó temblando, que apenas había llegado al arco, se le había aparecido al frente una figura etérea, como rodeada de niebla, que había estirado la mano ha- cia ella. Como es natural, todos atribuyeron la aparición a las maravillosas ilusiones que produce la tenue luz del atardecer. Esa misma noche, Adelgunda se recuperó tan bien del susto que nadie temió que le sucediera algún mal y más bien todos esperaron que el asunto se diera por terminado. ¡Pero algo muy distinto sucedería! “La noche siguiente, apenas dieron las nueve, Adelgunda estaba rodeada de gente cuando se levantó aterrorizada y gritó: – ¡Ahí está!, ¡ahí está! ¿Acaso no lo ven? ¡Está frente a mí!
– ¡ahí está!, ¡ahí está! ¿acaso no lo ven?  ¡está frente a mí!
“Desde esa desgraciada noche, cada vez que daban las nueve, Adelgunda decía que la figura se le aparecía enfrente durante algunos segundos, sin que nadie más pudiera percibir en lo más mínimo o tener alguna sensación física de la cercanía de algún ser espiritual. Entonces, todos pensaron que la pobre Adelgunda estaba loca y la familia se avergonzó, por un extraño absurdo, del estado de la hija, la hermana. Esta era la causa de aquel particular comportamiento de la jovencita, que anteriormente les relaté. “No faltaron médicos ni medios para tratar de librar a la pobre niña de la idea fija, que era como ellos llamaban a la aparición que Adelgunda decía ver. Pero todo fue en vano y ella rogó, en medio de las lágrimas, que simplemente la dejaran en paz, pues la figura de rasgos inciertos e irreco- nocibles no tenía nada terrorífico en sí misma y ya no le producía miedo; sin embargo, después de cada aparición de la figura, Adelgunda quedaba desganada, como si su interior se despojara de sus pensamientos y flotara incorpóreamente a su alrededor, dejándola enferma y débil. “Finalmente, el coronel conoció a un famoso médico, de quien se decía que podía curar locos de una forma por lo demás bien astuta. Cuando el coronel le contó al médico lo que sucedía con Adelgunda, éste rió con fuerza y dijo que nada sería más fácil que curar esa locura, que simple- mente era el producto de una imaginación sobreexcitada. La idea acerca de la aparición del fantasma estaba tan  asociada a los golpes de la campana de las nueve, que la fuerza interior de la mente de Adelgunda ya no las podía separar, por lo que había que causar esa separación desde afuera. Esto podría conseguirse muy fácilmente engañan- do a la jovencita con el tiempo, haciendo que pasaran las nueve sin que ella se diera cuenta. Si pasadas las nueve el fantasma no había aparecido, entonces ella misma se daría cuenta de que se trataba de una ilusión y la cura se completaría mediante medicamentos para fortalecerla. ¡La familia decidió llevar a cabo el desafortunado consejo! “Una noche, la familia atrasó una hora todos los relojes del castillo, incluso un reloj que producía un ruido fuerte, de modo que cuando Adelgunda se despertara a la mañana siguiente, forzosamente creyera que era una hora más temprano. Al día siguiente llegó la noche y la pequeña familia estaba, como de costumbre, reunida en un cuarto bien adornado y ningún extraño estaba presente. La esposa del coronel procuró contar cosas divertidas y el coronel comenzó, como era su costumbre cuando estaba de excelente ánimo, a tomarle el pelo a la francesa ayudado por Augusta (la mayor de las niñas). Todos reían y estaban contentos como nunca. “Entonces el reloj de pared dio las ocho (eran entonces en realidad las nueve) y Adelgunda se hundió en el asiento pálida como la muerte. ¡Los utensilios de costura se le cayeron de las manos! Luego se levantó, con el terror
estremeciendo su rostro, miró hacia un espacio vacío del cuarto y murmuró con voz apagada y débil: –¿Qué? ¿Una hora antes? ¡Ah! ¿Lo ven? ¿Lo ven? Está justo frente a mí, ¡justo frente a mí! “Todos se estremecieron del susto, pero como ninguno vio nada, el coronel dijo: –¡Adelgunda! ¡Cálmate! No es nada, lo que te engaña es una ilusión, un juego de tu imaginación. Nosotros no vemos nada, absolutamente nada. Si de verdad se apareciera frente a ti una figura, ¿acaso no deberíamos verla tan bien como tú? ¡Cálmate! ¡Cálmate Adelgunda! – Dios mío, Dios mío –suspiró Adelgunda– ¡Me van a volver loca! Miren, está estirando su brazo blanco hacia mí. Me hace señas. “Y como si no tuviera voluntad, con la misma mirada absorta, Adelgunda extendió su mano hacia atrás, cogió un plato pequeño que por casualidad estaba sobre la mesa, lo extendió frente a sí en el aire y lo soltó. Y el plato, como llevado por una mano invisible, flotó en círculos y despacio alrededor de los presentes, ¡para luego posarse nuevamente en silencio sobre la mesa! La esposa del coronel y Augusta sufrieron un profundo desmayo seguido de una calurosa fiebre nerviosa. El coronel trató de recomponerse con todas sus fuerzas, pero podía notarse en su descompuesto semblante el profundo y perjudicial efecto de aquel fenómeno sin explicación. La vieja francesa
se había arrodillado inclinando el rostro sobre el suelo y todavía rezaba. Al igual que Adelgunda, la francesa se libró de todas las terribles consecuencias. “Poco tiempo después la esposa del coronel murió. Au- gusta superó la enfermedad, pero hubiera sido preferible la muerte a su estado actual. A ella, que estaba llena de vida como lo dije anteriormente, la invadió una locura horrible y terrorífica, más que cualquiera producida por una obse- sión. Ella se hizo a la idea de que era el espanto incorpóreo que veía Adelgunda y huía de todas las personas o al menos evitaba, apenas se encontraba con alguien, hablar o mover- se. Apenas se atrevía a respirar, pues creía firmemente que si revelaba su presencia de esa u otra manera, podría llevar a los demás a una muerte horrible. Le abrían la puerta, le colocaban la comida, luego huía furtivamente y comía en secreto y así era en todo lo demás. ¿Puede haber un estado más atroz? El coronel por su parte, afligido y en un estado de desesperación, se fue con el ejército a una nueva campaña militar. Murió en la triunfal batalla cerca a W. “Lo notable, muy notable, es que desde esa siniestra noche Adelgunda se liberó del fantasma. Desde entonces cuida fielmente a su hermana enferma con la ayuda de la francesa. Hoy me dijo Silvestre, el tío de las pobres niñas que está de visita, que va a pedir la opinión del buen R… acerca del tratamiento que en todo caso se podría intentar con Augusta. Permita el cielo esa improbable curación”.
Cipriano calló y también sus amigos permanecieron en silencio, absortos en sus pensamientos y mirando al frente. Finalmente Lotario dijo: – ¡Esa sí que es una condenada historia de fantasmas! Pero no puedo negar que estoy temblando, aunque todo el asunto del plato en el aire me parece infantil y de mal gusto. – ¡No tan rápido! –tomó la palabra Ottmar – ¡No tan rápido querido Lotario! Tú sabes lo que yo pienso de las historias de fantasmas, tú sabes que estoy en contra de todos los que ven apariciones.